Después de limpiar con cuidado el afilado cuchillo, lo colocó sobre la lisa superficie de mármol blanco. Dobló con sumo cuidado el pañuelo de seda y lo colocó a la izquierda del cuchillo. Se lavó las manos con firmeza pero delicadeza para terminar observándose en el espejo que tenía delante. Poco a poco, el momento final estaba llegando.
Desde hacía tiempo su vida se había tornado casi insoportable, y necesitaba alguna solución sencilla y eficaz. Solucionar todos sus problemas, localizando la fuente de estos. Muerto el perro, se acabó la rabia, solían decir acertadamente. E iba a acabar con la puta inútil que hacía que su vida fuera un caos sin sentido.
Cogió una goma del pelo y se ató una cola alta. Después, cogió una pinza y terminó por peinarse un moño. Quería estar completamente perfecta para la ocasión, que no hubiera ningún fallo. Se pintó los labios con rojo carmín, similar a la sangre y se aplicó varias sombras de ojos de diferentes tonos oscuros. Finalmente, sus pestañas, largas y claras, fueron teñidas de negro espeso. Todo ello por una cosa:
-Solo por ver tu sangre derramándose entre mis dedos, hermosa -susurró, cual tono se utiliza para deleitar a un amante.
Acabó por alisarse las invisibles arrugas en la camisa cubierta con un chaleco negro. Observó a su izquierda y se calzó los zapatos negros, del mismo tono que sus pantalones. Su corazón comenzó a latir frenéticamente, pues su venganza culminaría dentro de poco. Se humedeció los labios y cogió el cuchillo con presteza. Lo hizo girar con una habilidad sorprendente hasta agarrarlo con firmeza del mango. Era el momento.
-MUERE, PUTA -chilló, mientras se cortaba las venas.
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