domingo, 2 de octubre de 2011

Viajes en el tiempo

Cuando en 1911, Karina Arint de la Rosa salió del primer Congreso Solvay estaba emocionadísima. Acababa de conocer a un jovencísimo Albert Enstein y estaba segura que la alegría le iba a durar todo el día, la semana e incluso el mes. Había tenido una charla muy interesante con el joven científico y, estaba segura, que ella, sin quererlo, había influido en la que sería la teoría más revolucionaria y transcendental del siglo .XX.

Por supuesto, el joven Albert no sabía que había estado hablando con una mujer: Karina Arint de la Rosa (o como ella prefería: Arint a secas) era una experta en disfraces y se había hecho pasar por Federick Lindemann. Bueno, no todo el mérito era de ella, en parte era una genio con los disfraces gracias a los artilugios que Lucy, una buena amiga suya de la ciudad de Magnolia, le conseguía.

De vuelta a su cuco Escarabajo amarillo, un coche con matrícula capicúa, dispuesta a regresar a principios del siglo XXI, se cruzó con una mujer. Era joven, como ella, de unos veinte años, y de una belleza exuberante. Caminaba deprisa, como asustada, y en cuanto sus miradas se cruzaron, hubo un momento de alerta. Arint agarró sin quererlo su daga -heredada de su familia materna- y la otra mujer se puso en guardia.

–¿Quién eres?– preguntó, asustada. No se dio cuenta que el disfraz de Federick no modificaba su voz y tenía que forzarla. La mujer misteriosa enarcó una ceja al descubrir que su joven oponente no era un hombre, sino otra chica disfrazada.

–No pareces de este siglo...

–¿Y tú sí?– inquirió, más a la defensiva que otra cosa.

–Lo siento, he de irme.– Fue visto y no visto. La desconocida desapareció, y en su lugar, un gato negro salió huyendo.

–¿Qué es lo que acabo de presenciar?– se preguntó Arint. Inmediatamente, fue a buscar su coche, se deshizo del disfraz y puso rumbo al 2001.

Continuará...

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